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Riccardo Franzoni es un artista italiano originario de Brescia que ha hecho de su pasión de niño la obra de su vida y cuya pasión ha aumentado exponencialmente gracias a los conocimientos adquiridos durante su crecimiento formativo y cultural.
Después de completar brillantemente su bachillerato en el Instituto de Arte Caravaggio de Brescia, obteniendo un diploma como maestro de arte en decoración pictórica y más tarde en arte aplicado, Franzoni perfeccionó su técnica pictórica obteniendo una licenciatura en pintura con nota completa en la Academia de Brera en Milán. Durante sus años en la Academia el artista frecuentó la adyacente Galería de Arte de Brera donde su espíritu no permaneció inerte a la belleza de las obras maestras de la historia del arte conservadas en el museo. Riccardo entra en contacto directo con artistas previamente estudiados exclusivamente en libros: tiene la oportunidad de observar y copiar en vivo las obras de Raffaello Sanzio, Andrea Mantegna, Leonardo Da Vinci, Caravaggio y muchos otros grandes artistas que no dejan indiferente su emoción artística.
Su influencia, a pesar de las claras ideas de Franzoni, es notable y el artista, no satisfecho con la educación académica que se le ha dado, decide después de la graduación asistir al estudio artístico del maestro realista Gabriele Saleri, pintor profesional que ha adornado las salas de instituciones públicas y colecciones privadas. Fascinado por la excelencia de la pintura al fresco, que representa una forma de arte exclusiva, originada en los frescos pompeyanos, para pasar a los años ‘300 de Giotto hasta los artistas menos conocidos de los primeros años ‘800 y ‘900 y que realizaron frescos en residencias privadas, colegios, conventos y capillas, decidió profundizar en la técnica del “strappo de frescos», que consiste en transportar sobre el lienzo una pintura mural, poniéndola a disposición de los museos, galerías y coleccionistas privados. Desde el punto de vista decorativo, los “strappo de frescos” son una belleza absoluta por el sentido del paso del tiempo que expresan, siendo al mismo tiempo contemporáneas y nunca triviales, en cualquier contexto pueden insertarse y dedicarse con pasión trabajando durante varios años en una institución especializada, donde tiene la oportunidad de aprender las diferentes, pero igualmente delicadas, técnicas de fresado y de desgarro.
En 2004 abrió su estudio de pintura, primero en Nuvolento y luego en Serle, en la provincia de Brescia, donde vive y trabaja, alternando el oficio de artista con la enseñanza de técnicas artísticas en diferentes escuelas de la ciudad. Mientras continúa realizando frescos y decoraciones, Riccardo Franzoni prefiere la técnica del óleo. A través de la representación de los colores al óleo y de su sensibilidad artística es capaz de filtrar la realidad que le rodea comunicando sus emociones, ya sea una figura muerta -de clara inspiración flamenca- o retratos, en los que es capaz de atravesar la representación artística para captar el alma de sus sujetos o las obras sagradas, por las que los italianos somos votados genéticamente y en cuya representación poseemos esa «aureola» (halo) de rigor, misticismo y devoción que nos permite representar nuestra alma.
En su carrera artística ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas, ganando la aclamación de la crítica y el público. En la obra se seleccionó toda la franqueza, dulzura y espontaneidad de la sonrisa de un niño: la representación que el artista hace de él parece tan real que se puede oír su risa. El título Bubu-Settete se refiere a un juego que se juega con niños muy pequeños: se ponen las manos delante de la cara, se cubren los ojos diciendo «Bubu», y luego se los quitan exclamando «Settete». La etimología de estas palabras no está clara: parece que “Bu” para los etruscos correspondía al ruido del trueno, a la fuerza del viento, a algo que sin embargo despertaba temor mientras que el Settete no tiene un significado particular excepto que extender la «e» final tranquiliza y divierte a los pequeños. Lo importante es que, desde el punto de vista psicológico, cuando la cara desaparece, el niño ya no percibe la presencia del objeto, que reaparece después contribuyendo al desarrollo cognitivo del recién nacido.